Abrí los ojos
una mañana de un tiempo que ignorabas
y alumbrado en tu Luz,
miré despacio
hacia las formas de mis propios sueños.
Mirándome en tu espejo
vi mi orgullo,
mi egoísmo y mis dudas.
Tardé en reconocerlos
y en limpiarlos;
y aún se esconden sus restos de negrura
en las certezas
que de mi humildad pretendo.
Pero también me vi,
en un instante eterno,
reflejado en el limpio espejo de tu Gracia;
y en esta eternidad,
que sólo recordamos reviviéndola,
no sé cuál fue mi corazón
y cuál el tuyo.
En un mismo latir guardo el recuerdo
del dar,
que era tu oficio,
Amor;
y siempre dándote
enseñaste el misterio de Dios
que el hombre esconde.
Los ojos se cerraron con tu muerte,
y en lágrimas de todos
te vi en nuestro interior,
eternamente.
En lo que yo creía realidad
te fuiste,
y en lo que pretendía irrealidad
te encuentro.
En este encuentro conozco tu sonrisa,
indescifrable
para la mente y la memoria;
alegre
sin sustentarse en un motivo;
y libre
en un amor que nos transciende.
Dr. Ramón Carballo Sánchez.