En el invernadero

mis pensamientos

Son las seis de la tarde del sábado día siete de Abril del año 2018 y estoy en el invernadero, su interior es de unos 100 metros cuadrados de superficie, el plástico que lo cubre es opaco, pero permite pasar la luz necesaria para el crecimiento de las plantas; hay hortensias, nardos, lechugas, tomates, pimientos, menta y albahaca. Acaba de llegar el cuco, al menos es la primera vez que oigo su canto en esta nueva primavera, la temperatura es muy agradable y el sabor del té verde con canela y jengibre que estoy tomando me ayuda a concentrarme.

Podría continuar con la descripción más minuciosa en el invernadero, el espacio en que me encuentro, pero para la finalidad de lo que estoy escribiendo lo considero suficiente.

En todo momento todos nos encontramos en un tiempo y en un lugar concretos en el que están nuestros cuerpos

Me levanto y delante de la fila de lechugas, hago unos pequeños agujeros, depositando en cada uno dos o tres semillas de pepino; de la estructura metálica que sostiene el plástico cuelgan unos cordones que utilizo para atar las plantas de tomates y que puedan crecer derechos.
Decido cambiar de lugar la silla en la que me siento y observar el cuadro que está pintando mi mujer.
«Con nuestros cuerpos podemos modificar la disposición de los objetos que están en el espacio en que nos encontramos. Utilizando nuestros cuerpos tenemos poder para producir cambios en el medio ambiente en el que estamos».
Sé que las plantas de tomates crecerán hasta alcanzar un metro de altura; los pimientos estarán por delante a unos cuarenta centímetros de alto y las plantas de pepinos se extenderán a ras de tierra, las hortensias del fondo que están frente a mi asiento, me inspirarán belleza. Todas estas imágenes internas son las que ordenan los movimientos de mi cuerpo para plantar los vegetales en esa disposición.
«Mis pensamientos, formados por la imágenes, sonidos y diálogos que tengo en mi interior, son más sutiles que la densidad de mi cuerpo, pero son los que ordenan y tienen poder sobre éste para que actúe.
De como organizo mis pensamientos, o lo que es lo mismo, mis cinco sentidos dirigidos hacia mi interior, dependerá mi manera de actuar, ya sea consciente o inconscientemente».
Las plantas crecerán al ritmo de su naturaleza, que es bastante más lento que el ritmo más impaciente de la mía. Seguir su desarrollo, a lo largo de las estaciones, me da serenidad y equilibrio. Sé que crecerán sanas y serán parte de mi comida a lo largo del año, ningún abono ni producto químico las ha contaminado, pues yo me encargo de que así sea. El agua que las riega procede de una antigua acequia que recoge el agua que mana de la tierra. La atención alegre y relajada que pongo en ellas mientras las cuido es también parte de su alimento.

Observar crecer el mundo vegetal me produce sosiego, tranquilidad, creo que una alimentación natural y no contaminada por los tóxicos con los que se abonan y fumigan las verduras, es una fuente de salud.

Estás son las motivaciones que tengo para pensar y actuar durante el tiempo que paso en el invernadero».
A lo largo de mi vida he buscado espacios tranquilos y los he encontrado, sobre todo, en contacto con la naturaleza que me lleva al interior de mí mismo, he dedicado mi vida a encontrar Paz y Alegría en mi interior y a ayudar a los demás a que la encuentren dentro de ellos. La Vida me ayudó a ello trayéndome encuentros y situaciones cada vez más complejos para que mi Paz sea tan fuerte como el mejor de los aceros que, para serlo, han de pasar por el fuego más intenso.
Durante muchos años me consideré esclavo de un «casual» mundo físico, que creía que era el que determinaba mis respuestas y mis pensamientos. Aprendí que es justo al revés.
Puedo elegir hacia donde quiero dirigir mi atención. Puedo hacerlo hacia las plantas de tomates, pimientos o lechugas. También puedo dirigirla hacia mis pensamientos sobre como organizarlos para que crezcan mejor. Puedo enfocarme hacia lo que me motiva al hacerlo, o hacia el proyecto de vida que define mi identidad. Pero «elijo» poner mi interés en el espacio que hay entre los vegetales, que es el mismo espacio que hay entre mis pensamientos y entre mis motivaciones, que arropan mi identidad personal que vive en el mundo junto a millones de identidades.
«En el invernadero de mi identidad egoica puedo ser consciente del espacio que hay dentro y fuera del mismo. Un espacio lleno de paz».
Salgo del invernadero y observo el espacio al que mi mente le cuesta entender que es infinito. El mismo espacio que hay entre las estructuras moleculares y atómicas de las verduras, y me vienen a la mente los versos del filósofo Sankara:
"El mundo es irreal,
sólo Dios es real,
y Dios es el mundo"