En medio del río Ganges, a su paso por la ciudad de Benarés, estalló una fuerte tormenta con una lluvia tan intensa que amenazaba con anegar la barca en la que navegábamos. Decidimos acercarnos lo mas rápido posible a la orilla y al llegar a tierra nos llamó la atención una docena de hogueras que parecían inextinguibles ante aquel diluvio. De entre las brasas surgían restos de manos, pies, cráneos y cuerpos en diferentes estados de cremación. El olor dulzón a carne quemada lo invadía todo. Habíamos llegado a Manikarnika, el principal crematorio de la ciudad, en la que los creyentes hinduistas desean ser incinerados al morir.
La ciudad es un trepidante hervidero de gente, en continuas fiestas y celebraciones que se mezclan con el intenso comercio de sus tiendas. A medida que las escalinatas bajan hacia el Ganges, el frenético ritmo de la ciudad se va frenando hasta llegar a los baños del río tan purificadores para los muertos como para los vivos.
Benarés o Varanasi es la ciudad mas viva de la India porque es la que tiene a la muerte más presente.
La noche del 30 de diciembre del año 2011 la tormenta transformó en ríos las callejuelas que bajaban de la ciudad a Manikarnika. El agua nos llegaba hasta las rodillas y algunos de nosotros pudimos encaramarnos a los puestos de venta y los toldos de las tiendas que bordeaban las calles. Los familiares incapaces de sostener las parihuelas que transportaban a los cadáveres hacía que los muertos bajaran por el agua envueltos en telas doradas que vestían como mortajas. Como si no estuviera sucediendo nada extraordinario, un barbero rasuraba los cráneos de los primogénitos que encendían el fuego sagrado con el que incineraban a sus difuntos.
Los rayos, el diluvio, las hogueras, los muertos y los vivos se entremezclaban en un espectáculo imposible de prever. Todo era tan onírico y fantasmagórico que nuestra atención se quedó atrapada en el momento presente. La muerte y la destrucción tenían una estética sobrecogedora.
Y, como un niño inocente, apareció la Calma. Una tranquilidad que nos invadió, y de nuestras mentes desapareció el interés en predecir un futuro o recordar un pasado.
Un hombre libre no es predecible porque no tiene futuro ni interés en el mismo. Su atención está inmersa en el ahora que es el único momento en que transcurre la vida, y es ahí donde la vida se transforma en un milagro lleno de sorpresas. Si no somos predecibles no somos manipulables con promesas que llenarán el futuro con la satisfacción de los deseos que anhelamos.
Nadie, excepto nosotros mismos, puede darnos ese espacio de Libertad.
Las manipulaciones familiares, políticas o religiosas no tienen ningún efecto sobre los hombres libres. Solo pueden operar sobre hombres que esperan encontrar en el futuro el consuelo de su infelicidad presente.
21 de abril de 2019, domingo de resurrección.