«¿Sabemos por qué nos sentimos inseguros, deprimidos o rechazados? ¿Por qué nos sentimos incomprendidos o víctimas? ¿Por qué tenemos angustia o resentimiento? ¿Nos falta alegría de vivir, espontaneidad o creatividad? ¿Nos falta amor?»

Muchos de estos sentimientos y actitudes negativas los hemos asimilado en nuestra infancia. De niños tomamos como modelo a nuestros padres, adoptando sus comportamientos y actitudes ante la vida, así como de otros familiares, tanto las positivas como las negativas, porque a esa edad tan temprana necesitamos su protección, aprobación y amor.

Para que podamos crecer y desarrollarnos es tan necesario el afecto como el alimento o el aire que respiramos. Si en lugar de amor, ternura y alegría, la energía emocional que el niño recibe muchas veces en su familia es miedo, tristeza, culpa y ansiedad, el niño la absorberá aunque su felicidad presente y futura se vea seriamente comprometida al hacerlo. Mas tarde, en nuestra vida adulta tendemos, de manera inconsciente, a buscar el mismo tipo de estimulación afectiva a que nos acostumbramos en nuestra infancia, estableciendo relaciones, con los demás y con nosotros mismos, que nos llevan a sentir emociones negativas.

PROGRAMA APRENDER A SER LIBRES