«He aquí mi secreto –dijo el zorro–
Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón.
Lo esencial es invisible a los ojos».
Saint-Exupery.
Durante siete años, en mi adolescencia, viví en la ciudad de la Coruña. La ciudad es una isla rocosa abierta al océano Atlántico y, en su parte más elevada, el imperio romano construyó la torre de Hércules en cuya cima se encendía fuego para orientar a las Galeras. Posteriormente la isla se unió a tierra rellenando con bloques de piedra el mar que la separaba de ella.
Mi camino del colegio a casa pasaba por una zona de playas y rocas donde el mar batía con fuerza. Unos días el océano estaba tranquilo, y otros arreciaba el temporal con olas de varios metros de altura que salpicaban las calles y plazas que se habían construido sobre el relleno de la ciudad.
Aprendí a conocer las olas y, no sin riesgo, a sortearlas. De lejos podía adivinar aquella que al llegar a las rocas se levantaría a cuatro o cinco metros de altura y rompería contra el malecón. En verano hice mis primeras practicas de buceo que, con el tiempo, me llevarían a sumergirme a mayores profundidades.
Cada ola, como cada persona, era diferente y ninguna era exactamente igual a otra. Unas eran grandes y poderosas, incluso amenazadoras y otras eran delicadas, pequeñas y suavemente acariciaban la orilla.
Nuestras personalidades son únicas y distintas unas de otras. En la lejanía de nuestros comienzos infantiles ya puede verse qué tipo de ola vamos a ser en la vida. Cuando en el esplendor de nuestra madurez mostramos el proyecto que construimos en la niñez, la ola rompe cayendo hacia el otoño de la vida para disolverse sobre la arena o las rocas de nuestro invierno.
Solemos apegarnos tanto a la forma individual de nuestra personalidad, aún sabiendo que al final se estrellará contra el acantilado de la muerte, en la que no desaparecerá pues volverá a ser agua del océano para volver a formar olas una y otra vez.
Y nos empeñamos en mejorar la ola, cambiarla o analizarla en un análisis que parece interminable ¿verdad Dr. Freud? cuando lo mas sencillo es sumergirnos y bucear en las profundidades del océano de nuestro corazón, donde está la calma y el variable oleaje de la superficie se detiene.
Desde la Calma y Profundidad del Corazón podemos jugar con las múltiples formas de las olas que vienen a nuestra vida, están un tiempo y se van.
Pero siempre somos Oceano.
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Una bonita comparativa y muy descriptiva. Me encanta
Gracias Flora, Un abrazo.