El río de mi vida

El río de mi vida, apenas un riachuelo impetuoso, deslizándome entre las rocas, y cayendo con un estruendo que se magnificaba a medida que caía montaña abajo. Casi sin los limites que imponen las orillas e ignorante de la meta hacia la que me dirigía. Me deslizaba jugando, por el simple placer de hacerlo.

La disciplina impuesta por las dos orillas que me encajonaron fue dura y dolorosa. Duró largos años. Cuando solo fluí entre ellas yo era ya un río domesticado.

Un día, iniciando mi madurez, una cascada poderosa me enseñó a fluir libremente, a mi gusto, disfrutando del paisaje y de mi libertad. Ya no era como la mayoría de los ríos. Fluía a mi ritmo disfrutando de la vida que me rodeaba. Si alguna nueva agua quería unirse a mi, la aceptaba con gusto y volvía, suavemente a disciplinarme, para integrar el nuevo caudal.

Pasaron años y cientos de kilómetros en el río de mi vida. Podría escribir libros y más libros con todo lo que viví. Rocas que esquivar, bosques que contemplar, praderas para reposar, túneles misteriosos. El océano está dentro de nosotros, siempre; ir de fuera hacia adentro, de lo externo a lo interno, es el viaje que hace el río de nuestra vida. Fuera estamos perdidos, dentro estamos en nuestro hogar. Sustituyamos lo externo por lo interno y seamos eternos.

Recuerdo cuando yo era un río recién nacido entre los dos manantiales de la montaña. en los que investigar, cascadas que desafiaban mi identidad como río, gentes a las que transportar en sus medios de navegación. Miles de personas navegaron y se bañaron en mis aguas. Yo, siempre adelante. A veces me desbordé para regar tierras estériles y fertilizarlas para que los animales y los hombres pudieran comer, fortalecerse, tener determinación y muchas más veces purificarse. Otras mis aguas desbordadas castigaron sus excesos y les recordé la humildad y el agradecimiento.

Y yo continué fluyendo hasta que, de pronto lo divise a lo lejos… era un océano gigantesco hacia el que me dirigía. No podía dar marcha atrás, inevitablemente tenía que seguir hacia delante. Sentí miedo ante mi cercana desaparición en el mar que me iba a engullir. Acumulé fuerzas y recordé a los dos manantiales de los que había nacido. Mis años de juvenil torrente, mis praderas, bosques, precipicios, torrenteras. En todos ellos siempre había sido yo, el Río, ahora desaparecería en el océano que tenía frente a mi. Mis orillas se ampliaron y se desdibujaron. Empecé a no diferenciar claramente entre lo que era yo y no lo era. Solo quedaba mi amor por el agua que había sido mi compañera durante muchos años.

Un temblor me sacudió ante mi final.

Lo que no sabía era que al desaparecer como un río individual, pasaría a fundirme y ser uno con el Océano. Sin límites, sin orillas, sin recuerdos de mi historia fluvial, sin proyectos personales. Me despedí de mi mismo y pase a ser uno con el gran Océano. En el mar inmenso, solo entró conmigo el Amor por mi agua, mi compañera.