MI HISTORIA CON EL CEMENTERIO
Nací en una casa perteneciente a mi familia, que empezó a construirse en el año 1490; la casa está situada en lo alto de una colina rodeada por una gran finca.
Hace veinte años los vecinos solicitaron permiso a mi familia para hacer un camino que atravesase la finca y facilitar sus tareas agrícolas, al hacerlo la pala excavadora levantó una calavera y varios huesos humanos. Se inició el procedimiento administrativo correspondiente y después de un tiempo, el juzgado de la localidad contactó con el departamento de Antropología de la Universidad que acordonó el área e inició la investigación de un cementerio celta de 3.000 años de antigüedad sobre el que se había construido la casa. Después de unos meses de estudio la Universidad decidió finalizar la excavación y dejar en paz a los milenarios muertos.
La casa es de piedra y tiene dos plantas, en la antigüedad la planta inferior era una cuadra para animales, viviendo los distintos propietarios en la plante superior.
Al hacerme cargo de la casa decidí habilitar la planta inferior como vivienda. Cuando los canteros picaban la piedra del suelo encontraron otro esqueleto humano milenario que hoy medita debajo de un jardín Zen que he construido encima.
Los 31 de diciembre a las doce de la noche, los miembros de la familia tenemos la costumbre de brindar al lado del jardín zen por una larga vida.
LA HISTORIA CON EL CEMENTERIO
En lugares muy habitados del planeta, como China o Europa, en los que a lo largo de milenios vivieron miles de millones de personas, se calcula que los cadáveres de los fallecidos, con todos los cambios de clima, no penetraban más de diez metros en tierra. Una vez descompuestos, las estructuras moleculares y atómicas que formaban parte de los cuerpos pasaban a la tierra o eran absorbidas por las raíces de los árboles pasando a formar parte de la madera. De esa tierra se hicieron los ladrillos, el cemento o las vigas que forman parte de nuestras casas de hoy en día. Se calcula que un 30% de los materiales que forman parte de las casas en las que vivimos formaron parte, anteriormente, de cuerpos humanos.
VIVIENDO EN EL CEMENTERIO
Con cada espiración de aire exhalamos millones de átomos que formaban parte de nuestro cuerpo y, con cada inspiración, incorporamos otros tantos. También lo hacemos con la comida.
A nivel atómico nuestro cuerpo es diferente cada cuarenta días. Los átomos que forman parte de los músculos o los pulmones son los primeros en cambiar y, los últimos, son los que forman el esqueleto.
Cada cuarenta dias nuestro cuerpo es distinto.
Cuando estamos con otra persona, él/ella inspira los átomos que yo espiro y yo inspiro los que él/ella espira. Si somos conscientes de ese proceso durante el acto sexual estamos en la esencia del tantrismo, haciendo intercambios a nivel atómico, es decir, intercambiamos hígados, riñones, pulmones y corazones, a este proceso con una única palabra podemos llamarle amor.
Son nuestros códigos genéticos los que hacen que los átomos formen parte de células hepáticas, fibras musculares o células oseas.
¡Vivimos en un cementerio lleno de vida!
Si lo desea, puede consultar las siguientes referencias bibliográficas:
– «La Conciencia del átomo» (Alice A. Bailey)
– «Scientific American» (marzo de 1987)
– «Pantón, historia e fidalguía», página 219 (Isaac Rielo)