Todos los caminos llevan a Roma.

«En la escala de lo cósmico, sólo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero»

Theilard de Chardin

Hace unos meses estuve en Roma, la ciudad eterna y vi como sobre los restos del Coliseo, el Foro romano y las catacumbas emergió la Iglesia católica; hoy sus iglesias están en todas las calles de Roma, incluida la basílica de San Pedro del estado Vaticano.

Mi largo viaje comenzó el año anterior navegando por el río Nilo, que fue el granero de Roma y en cuyas orillas los restos de Luxor y Karnak me mostraron la historia de hace más de 4.000 años y como el imperio romano lo conquistó.

También el imperio hizo romano el lugar desde donde estoy escribiendo que está al lado de un balneario, antiguas Termas donde las legiones se relajaban y en las cercanías se levantó un templo a la diosa Ceres a la que el cristianismo transformó en una virgen protectora de las cosechas de vino y cereales de las que viven todavía los campesinos de la zona.

Cerca está la ciudad de Lugo con la espléndida muralla romana que la circunda y en cuyo centro se eleva la estatua del águila Imperial. Lucus Augusti, el lugar de su fundador el cesar Octavio Augusto y también el lugar donde transcurrió mi infancia.

Un largo camino para volver a mis comienzos, tan largo que me llevó a vivir en la India y donde sabiamente me dijeron: «Neti, neti» –esto no es, esto no es–, señalando mi corazón y diciéndome: «busca ahí»; y «ahí» era el lugar donde la inocencia de un niño aprendió a jugar. El lugar que el Cesar Octavio Augusto amuralló para protegerlo de todo lo que ahí había conquistado y creía era suyo. Dos mil años después su propiedad permanece casi intacta, pero ya no es suya.

Amurallamos nuestra inocencia con un montón de propiedades materiales, intelectuales y afectivas. Construimos las murallas entre las que se encierra nuestra personalidad tan cuidada y defendida. La inocencia del niño aún no está amurallada, ni se siente propietaria de nada. Simplemente juega en el presente, sin un pasado que recordar ni un futuro que prevenir.

La Libertad no tiene murallas que la encierren. Ahí todos los caminos llevan a Roma, un lugar siempre presente donde lo fantástico se hace verdadero.

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Rigor mortis

¿De dónde venimos cuando nacemos?, ¿a dónde vamos cuando morimos?, ¿es el mismo lugar?, ¿lo hay?

Soy médico y lo que sí sé, es como son los niños en sus primeros años de vida y como se despiden las personas en los últimos.
En los primeros años son inocentes y curiosos para explorar el mundo, y lo hacen si se sienten amados y protegidos por sus padres y sus necesidades básicas de Amor, comida y cobijo están cubiertas, si no lo están detienen su exploración y poco a poco se identifican y mimetizan con las personas que los cuidan creyendo -!ay! la inocencia- que si lo hacen serán amados y cuidados, pero… ¿se aman sus padres a sí mismos?, probablemente, pero la gran mayoría con condiciones y esos condicionamientos les encierran en conductas repetitivas y estereotipadas que forman un carácter. Y la inocencia se va ocultando para dar paso a la personalidad, la cual es un cúmulo de respuestas programadas con las que configuramos nuestra realidad subjetiva.

La inocencia y el amor sin condiciones son lo mismo, y la personalidad y el amor con condiciones también.

Conozco pocos niños que pasen los días y las horas de su infancia con sus padres, las guarderías se han institucionalizado como necesarias, necesarias porque se da prioridad al mundo del dinero y en la mayoría de los casos, al trabajo para conseguirlo.
¿Os gusta vuestro trabajo?, ¿le dedicáis más horas de vuestra vida que aquellas más importantes para VIVIR?, ¿ganáis lo imprescindible para vivir y seguir trabajando para seguir viviendo?, ¿es eso vida?, y con esa justificación ¿dejáis a vuestros hijos en una guardería y a vuestros ancianos en una residencia?
Entre todos hemos construido una sociedad que idólatra al dinero y todo lo que con él se puede comprar. La inocencia que no tiene precio y tampoco produce dinero la dejamos enterrada en guarderías o, lo que es peor, delante de televisores. Y como lo hacemos todos, o casi todos, se ha convertido en «lo normal».
Los últimos años de los ancianos tampoco producen dinero y también, en muchos casos, los recluimos en residencias para ancianos, sin la cercanía de sus seres queridos, sin sus amigos, sin sus casas, sin sus muebles, sin nada de lo que construyeron en sus vidas. Los retiramos cuando tienen más experiencia de vida y más pueden enseñarnos, también es lo normal, allí estarán mejor atendidos, nosotros no podemos hacerlo, el trabajo y el dinero nos reclaman. En otras palabras, el egoísmo nos reclama.

No valoramos la inocente llegada desde el Misterio y tampoco la ida hacia Él, lo negamos, negamos la muerte que es lo más rico que tiene la vida.

Y ¿qué es la vida sin Misterio?, ¿un aburrimiento, una rutina, placeres sensoriales que se reproducen más deprisa que nuestros deseos de poseerlos?
La vida con Misterio es una aventura, una sorpresa, un SER para tener y disfrutar y no un tener para ser una oveja más de un gran rebaño conducido por los mas ciegos y egoístas… no quiero hablar de política.
La vida y la muerte van juntas y si nos damos cuenta de su matrimonio, cada momento muere en un recuerdo para nacer en uno nuevo imprevisible y sorprendente. ¿Y no es la muerte lo más imprevisible, misterioso y sorprendente de todo?
Viviendo nos preparamos para ella. ¿Nos prepara para ella el materialismo en que vivimos?
Estamos en esta Tierra de paso y podemos ser usufructuarios de lo que hay en ella pero no sus propietarios, y tratamos de ser dueños de lo que son fantasías proyectadas y confirmadas por lo que llamamos mundo material.
Incluso negamos la experiencia liberadora de esa última posibilidad y matamos en nuestros hospitales a nuestros enfermos terminales a quienes nuestra medicina no puede darles ninguna esperanza. No, claro que no los matamos, la palabra adecuada es «sedación», es mucho mas conveniente y tranquilizadora. Una mezcla de cloruro mórfico, buscapina y tranquilizantes en gotero, anulan la conciencia del que va a transitar la muerte y también mitiga la angustia de los vivos que los contemplan. después decoramos a los muertos para que parezcan vivos, les ponemos flores, los colocamos en escaparates acristalados y enseguida nos vamos a trabajar para seguir ¿viviendo?
Y desconocemos que atravesar la muerte conscientemente es la experiencia más gloriosa que puede tener un ser humano, hoy en día, el dolor puede ser controlado sin perder la conciencia.